Por: Jhon Jairo Salinas Fecha de publicación: 29/11/11 www.aporrea.org
Quienes nos ruborizamos frente a los hechos de guerra, como defensores de derechos humanos, donde la vida prima como un derecho natural. Creemos que la guerra lo único que trae es tristeza, dolor, rabia y miseria.
Por eso de plano y categóricamente rechazamos como humanistas este acto connatural, de una sociedad cada día intolerante y mezquina. Donde desafortunadamente Colombia se debate en un conflicto interno de casi cincuenta años, que tiene unas profundas raíces, social, económica y política.
Este conflicto ha ocasionado una gran pérdida de vidas humanas, tratándose de cada vez más difícil y complejo, y presentando en los últimos años altos niveles de degradación, afectando cada vez más a la población civil, y obviamente en una mínima parte a los combatientes. Solo para citar el último caso de los cuatro militares muertos en las selvas del Caquetá, en hechos de guerra, donde el gobierno y los opinadores del régimen se rasgan las vestiduras, lamentando hipócritamente la muerte de quienes estaban como prisioneros de guerra por parte de las FARC.
Es obvio, como defensores de la vida y la libertad, también como constructores de paz, nos sumamos al dolor de sus familiares, que por azar del destino y como fuente de sustento económico para sus familias, decidieron hacer parte de la empresa más rentable, la guerra, ellos también son hijos del pueblo, de familias humildes. Que se fueron convencidos de que le iban, a, prestar un servicio a la patria, cosa que fue todo lo contrario terminaron siendo abandonados por esa misma patria que ellos juraron defender, donde se encontraron con el peor destino, el de la guerra, obteniendo como resultado la muerte, dejando viudas, huérfanos, por culpa de una maldita guerra, agenciada por los ricos y terratenientes de este país, que lo único que les interesa es poner a carne de cañón a los más pobres, para que sigan cuidando solo sus intereses. A proposito las madres de los guerrilleros,lloran también a sus hijos que mueren en combate. ¡Vaya, vaya, los ricos ponen la plata para la guerra, y los pobres ponen los muertos! Si, los hijos de los obreros, de las trabajadoras sexuales, de los indígenas, y en especial los campesinos; son los que van al campo de batalla, y desde los clubes de la aristocracia criolla y a la mano de los dueños del capital privado, como emperadores al estilo del antiguo imperio romano observan como estos militares llegan mutilados, heridos y muertos al circo de la democracia colombiana. Para después mostrar hipócritamente ante el mundo el dolor, y con lágrimas de cocodrilo que fueron víctimas de los “terroristas” de las FARC.
Que tristeza y vergüenza que los adalides de la democracia más “perfecta”de América latina, no denuncian con la misma vehemencia los crímenes de lesa humanidad, de los paramilitares y de la fuerza pública, caso más específico los casi 5 mil mal llamados “falsos positivos”, estos son crímenes extrajudiciales, lo único que hacían era capturar jóvenes de los barrios marginales de algunas ciudades del país, trasladándolos a sitios fuera de su origen, fusilándolos con tiro de gracia, poniéndole prendas militares y brazaletes de las FARC, para después hacerlos pasar como guerrilleros dados de baja, vasta no más con recordar también, las masacres de Trujillo, Mapiripan, el Salado, el Naya; donde paramilitares en complicidad con el ejército descuartizaron a punta de motosierra a indígenas y campesinos.
Recordamos también otros hechos que son tipificados como crímenes de lesa humanidad: “El día 14 de octubre 2010, en el Municipio del Tame, Departamento de Arauca, tres niños, Jefferson Jhoan Torres Jaimes (de 6 años), Jimmy Ferney Torres Jaimes (de 9 años) y Jenny Narvey Torres Jaimes (de 14 años), fueron secuestrados en su finca por soldados de la Octava división del Ejército colombiano, mientras su padre José Álvaro Torres se encontraba en labores agrícolas. Luego del plagio, los niños sufrieron horrendas torturas, fueron violados (hay evidencia de semen y marcas de abuso sexual en sus cuerpos y ropas) y luego asesinados por degollamiento con armas blancas (machetes). Sus cuerpos, posteriormente fueron arrojados a una fosa común.(José Antonio Gutiérrez).”
“Por la muerte de un niño, un bebé y tres adultos hace cinco años en el Tolima, un juez ordenó que cinco de los siete uniformados involucrados en la matanza deberán pasar entre 35 y 40 años en la cárcel. (Martes 1 Septiembre 2009 justicia-Semana).”
“en Colombia varios jefes paramilitares han confesado como desde los altos mandos militares y políticos era enviada la orden que desaparecieran de cualquier manera a las víctimas para no dejar rastro y evitar las cifras de homicidios crecieran de manera desproporcionada en las zonas urbanas. Varios miembros de la estrategia paramilitar han confesado que implantaron la utilización de criaderos de caimanes, y de hornos crematorios ,en los que quemaban a las víctimas a veces vivas (…) échenlo vivo ahí (…) el horno lo manejaba un señor que le decían “funeraria”, creo que se llama Ricardo; dos señores le hacían mantenimiento a las parrillas y a las chimeneas por que se tapaban con la grasa humana. Confesión de un ex coronel quien pertenecía a grupos paramilitares de la costa” (azalea robles – Colombia es pasión).
En Colombia no puede haber víctimas de primera y tercera categoría, donde los unos son más importantes que otros. La muerte de centenares de soldados y policías en fragor del conflicto a diario, la mayoría son totalmente invisibilizados, y devueltos a sus familiares en un ataúd envuelto con el tricolor colombiano, impostado con un cheque, de una cifra irrisoria que no llega ni siquiera a los 10 millones de pesos, y con un pergamino en letras de molde “él era un héroe de la patria”. Sí, pero la patria de unos cuantos, que son los dueños del país, donde quieren a los jóvenes del pueblo en su ejército de muerte, a cambio de las migajas, de lo que, la misma burguesía y las multinacionales, con sus socios le roban al país.
A propósito quienes regentan el poder en Colombia y aúpan la guerra no mandan un solo hijo al campo de batalla, donde lo único que hacen estos vástagos de la aristocracia nacional, es utilizar las aeronaves del ejército colombiano para trasportarse y dirigiese a los casinos de las distintas guarniciones militares, con modelos prepago y beber whisky, a nombre de la democracia colombiana.
Que hipocresía frente a las víctimas del conflicto no se puede justificar lo uno y lo otro, pero tampoco podemos desconocer los orígenes, causas y efectos del conflicto armado interno de Colombia. Cuya resultante es la desesperanza y lágrimas de aquellas mujeres que ponen sus hijos, hermanos y esposos al servicio de una guerra injusta, que hace muchos años no la merecemos.
Triste y desafortunado el destino de estos militares prisioneros de guerra, después de tanto tiempo sin abrazar y sentir el calor de sus seres queridos, no pudieron cristalizar su máximo sueño, el de la libertad, que por mezquindad de un gobierno se le ocurrió hacer una operación de rescate a sangre y fuego. Truncando el éxito de una liberación que ya venía en camino, negando el principio constitucional “el estado deberá salvaguardar la vida y honra de los colombianos”.
A propósito si este caso fue un “crimen de guerra” como lo denuncia las Naciones Unidas, estarían reconociendo directamente a las FARC como un ejército combatiente, a la luz del derecho internacional humanitario se entiende que los únicos que pueden ser condenados por crímenes de guerra son militares de un ejército legalmente constituido. Esto quiere decir que en un eventual y futuro proceso de paz las FARC, reclamarían también como crimen de guerra, la muerte de Alfonso Cano, Raúl Reyes y el “mono jojoy”. Como excombatientes de un ejército revolucionario.
Con este antecedente del derecho internacional humanitario, las FARC no serían terroristas, sino un ejército. Debo aclarar, que esto es una interpretación de lo que es, y significa con todas sus connotaciones el derecho internacional humanitario.
Ninguna corte penal internacional condena por crímenes de guerra, a terroristas, delincuentes, narcoterroristas. Sorprende de que los áulicos del régimen político colombiano sigan insistiendo que las FARC son "terroristas", cuando las Naciones Unidas los acaban de denunciar por crímenes de guerra, en hechos aún confusos. Como defensores de derechos humanos humildemente exhortamos al estado, y a la insurgencia colombiana de “terminar la guerra y pactar la paz” y, no seguir abonando nuestro suelo de sangre y muerte a costa de los más pobres y débiles de esta sufrida patria.
Por la vida / la libertad / por el aire / la solidaridad / la justicia social / el amor / la ternura. Respiramos paz, negamos la muerte de la guerra, para dar un grito de valentía de quienes no poseemos las armas. |
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