La hipocresía de colarse en TransMilenio

Dejémonos de hipocresías. Las cosas como son: los hombres, mujeres y niños que se cuelan en TransMilenio no merecen ninguna consideración. Resultó que ahora, debido a que el Sistema está en la peor de sus crisis, ya no se ve a los dos o tres colados de hace unos años sino a catervas de veinte o treinta cada minuto.
Uno los ve colarse y ya lo hacen con cara de poker, sin dificultad, ni pena ni risa. Ya tienen hasta técnica, hasta estilo. Desde mocosos hasta secretarias en minifalda. Miden tiempos y distancias. Son tan profesionales que hasta tienen un discurso.
Uno los increpa y ellos responden como esperando que uno les dé las gracias o les pida disculpas. Que “TransMilenio tiene mucha plata y un pasaje no les va a hacer ni cosquillas”, que “así nos toca a los pobres”, que “es una protesta contra el mal servicio”, que “los puentes son muy largos”, que “la fila de la taquilla”, que “se me pasaba el bus”, que “había un huequito” y, mi favorito, que “uno es más guevón por pagar”.
¿A quién quieren engañar? Ellos, en mayor o menor medida, no son diferentes a las rémoras que han detenido a Bogotá. No nos digamos mentiras: si TransMilenio fuera gratis también se colarían. Lo que los mueve es el afán de saberse más ‘vivos’ que los demás. Dense cuenta, no solo entran, también salen de las estaciones por lugares prohibidos. El uso de puentes peatonales es gratis y cuál es entonces la excusa. Y los atropellan y los matan, y le dañan la vida a su propia familia, y al malasuerte que iba manejando, y el almuerzo al que está buenamente en la estación y le tocó ver.
coladosSobre eso, recuerdo la historia del señor Jorge Andrés González. Una noche de abril del 2010, encerrado en su oficina, se disparó en el abdomen y murió horas después en la Clínica de Occidente. Dos días antes, en ese mismo centro de salud, había muerto Ángelo, su hijo de 13 años, arrollado por un TransMilenio cuando trataba de colarse junto a otros menores en la estación de Pradera, en la Avenida las Américas. Los forenses encontraron 4.500 pesos y la tarjeta en el bolsillo del niño. El señor González no resistió tanto absurdo, tanto dolor.
Este niño estudiaba en el Colegio Nicolás Esguerra. Por esa época le hicieron homenajes unidos a campañas para que los alumnos no repitieran la trágica historia. Hoy en día no se ve un par, se ven decenas de pelados de ese colegio cruzando en el mismo punto en una sola tanda. Se graban videos y apuestan a cuál es más varoncito. Varias veces, ni miento ni exagero, han jugado a atravesar la troncal con los ojos vendados. Jodiendo la vida hoy; abonando a la cultura del atajo y a la tragedia de mañana.
En enero estuve en Buenos Aires y quedé sorprendido con la cultura de pago de la mayoría de los argentinos. Diferente a como se ve en el fútbol, como ciudadanos no son cancheros. En el Subte -que ya cumplió 100 años- , por ejemplo, cuando la taquillera no estaba dejaba abierto el torniquete para que la gente pasara, y la gente igual pagaba.
En la estación de tren que va para Tigre, en la misma plataforma donde se toma el vagón está el punto de pago. Es decir, uno puede no pagar -los $800 que vale- y subirse al tren sin que nadie se da cuenta. No hay barreras, avisos ni vigilantes, pero se hacían largas filas de gente comprando el tiquete e incluso no se rompían cuando llegaba el tren, que fácilmente pasaba cada 15 minutos. Allá el TransMilenio se llama Metrobus, es casi lo mismo, solo que no hay torniquete, porque no pagar se censura socialmente. En los tres sistemas, mi hermana es testigo, uno ve colombianos colándose.
Sincerémonos, mientras haya quienes paguen, el que se cuele en TransMilenio es un ladrón. Esa facilosofía de “no dejarse guevonear de nadie” también la usaron en su momento los Moreno, los Dávila, los Meléndez, los Rojas Birry, los Nule. Todos sospechamos que al colado le importa un carajo si le va bien o mal TransMilenio. Él dirá que es carísimo, lleno, demorado y malo, mientras daña las puertas y pone en peligro a gente que usa el Sistema. De hecho, cuando este tipo de personaje se ve obligado a hacer lo correcto, se siente como estúpido. Queda con los códigos patas arriba.
Dejémonos de hipocresías, decía. Bogotanos* tramposos por placer, sabemos que están aquí. No se hagan. Lo sabemos porque son los mismos que se cuelan en la filas del banco o empujan a la salida de los conciertos. Se roban la señal de la TV por cable o adulteran el registro del agua o la luz. Los que tienen carro ponen la calcomanía de ‘discapacitados’ para capar Pico y Placa, y hacen doble fila para girar. Son los que meten billetes falsos “porque es que a mí me lo metieron”. Que no vengan ahora los colados a justificarse, no les regalemos también ese atajo.

Los van a judicializar y nos lo venderán como la solución. Y seguiremos saturando el Sistema Judicial con infracciones al sentido común, y este seguirá escupiendo impunidad en lo principal. Pondrán cámaras, muros y barreras con plata que podrían usar para mejorar el servicio. Y seguiremos igual: sin atacar lo profundo, lo cultural.
Hacia allá vamos, seguramente llegará el día en que ser honesto no pagará en esta ciudad. Al honrado lo ponen de carne en el sandwich. Arriba, los poderosos, le dan por la cabeza, le cobran lo que les da la gana por lo que les dé la gana; abajo, el tramposo, el ladrón, se burla de sus escrúpulos y le agobia la vida. Ambos se dan la mano para verle al honesto la cara de pendejo, ambos, entre risas, le hacen zancadilla al progreso.
En fin, quisiera creer que el tramposo tiene remedio, que el torcido se rehabilita. Quisiera, digo, pero lo que de verdad pienso es que un asunto tan íntimo -tan universal- como la integridad simplemente se tiene o no se tiene. Cada uno sabrá, pero para mí el ventajoso lleva la trampa en el ADN, como lleva la dignidad el ciudadano que cuando se cansa pide a gritos sus derechos y que, por pobre que sea y por aburrido que esté del Sistema, al día siguiente vuelve a pagar su pasaje de TransMilenio.
Twitter: @palabraseca
Léalo también en El Tiempo

Para quienes llegan ahora a este post, quería contarles que hay unasegunda parte. Una crónica con el Comandante de Transmilenio que escribí en su momento para hacerle seguimiento al tema y dejar una que otra reflexión: Se llama “Transmicultura

*Bogotano: Hoy “bogotano” no es el nativo, sino el que vive en Bogotá. Es como cuando hablan de “los neoyorquinos”. Debe haber cien, por ahí.

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