En la noche del 31 miles trabajan. Algunos, juran, lo hacen con gusto. Crónica de trasnochadores solidarios.
Por: Santiago Cruz Hoyos | Reportero de El País
Fernando J. Quintero Locutor de la Ciudad de Cali |
A esa misma hora, en Cali, las enfermeras de la Clínica Amiga se juntan para disfrutar de una cena fugaz y aprovechar los últimos momentos tranquilos de su turno. El 31 de diciembre, antes de las 12: 00 de la noche, en la ciudad nadie se enferma. O por lo menos quienes lo están se aguantan lo que sea con tal de no ir al médico. Todo cambia media hora después.
Durante la cena las enfermeras brindan con gaseosa. Está prohibido el licor. También comen uvas y no falta quien, por agüero, lleve interiores amarillos o apriete un dólar en su bolsillo. Lo único que no pueden cargar es la maleta para dar la vuelta a la manzana. No tendrían tiempo.
La Jefe de Urgencias, Claudia Patricia Vargas, sabe que debe comer rápido. Claudia, que tiene 31 años y nació en Pereira, ha trabajado en seis años nuevos durante la última década y siempre ha sido así: tiene entre 15 y 20 minutos después de las 12:00 para cenar en paz. Después comienzan a llegar los heridos.
- Todo se convierte en una locura. Llegan quemados por pólvora y heridos por arma blanca o de fuego, sobre todo. El de la medianoche del 31 de diciembre y la madrugada del primero de enero es uno de los turnos más difíciles.
Aquello confirma que somos especialistas en convertir una celebración en tragedia. Aunque a veces es el destino. ¿Cómo explicar esos azares tan inesperados en una fecha tan particular?
En una ocasión, recuerda Claudia, una señora de 46 años que festejaba en su casa murió después de que un bloque de concreto de un piso superior en construcción se desplomara sobre ella.
Lo más difícil del turno de año nuevo es justamente eso, dice Claudia: tener que decirle a una familia que hace nada estaba feliz y unida, que uno de sus miembros falleció. Siempre es difícil dar una noticia así, por supuesto, pero entregarla en una fecha tan especial lo hace más complicado.
La mayoría de las veces, por fortuna, se ha logrado salvar vidas: recuperan la mano de un niño quemado, curan el estómago de un joven abaleado, ponen en su sitio el hueso de la abuela que se cayó mientras bajaba las gradas con la maleta. Entonces trabajar el 31 de diciembre a la medianoche cobra mucho sentido.
- Al principio fue duro. Lloraba por estar lejos de mi familia. Yo vengo de una cultura paisa en la que el 31 de diciembre es muy importante. La unión con los abuelos, con los primos, el marrano. Pero que una familia reciba la buena noticia de que su familiar está fuera de peligro es muy satisfactorio. Yo trabajo el 31 porque siento que es importante que lo haga. Trabajo con gusto. No lo hago porque me toca.
Para que no se sienta sola, a veces su familia pasa por la clínica antes de las 12:00 p.m. y la visita durante diez minutos. Aunque mientras se corre de un lado a otro curando heridos no queda tiempo para sentirse nostálgico. Al bombero Abelardo Riascos le sucede lo mismo.
Abelardo, que va a completar 24 años como bombero, ha trabajado en 18 de ellos en el turno del 31 de diciembre. Por un lado, dice, es una manera de estar libre durante el 24, una fecha que para su hija de diez años es muy importante. Por otro, le gusta hacerlo.
- Antes de llegar a la estación me digo: voy a dar algo de mí para que otros estén felices hoy. Esa es mi felicidad. Yo puedo decir que trabajo contento en la noche del 31. Además, desde que me hice bombero, tuve claro que la gente que tiene un horario de oficina sabe que los números de color rojo del calendario son días festivos. Nosotros, en cambio, los vemos todos negros. Del uno al 365.
Quienes deben trabajar el 31 de diciembre son, sobre todo, solidarios. No piensan exclusivamente en su propio ombligo, sino que están seguros que su trabajo es importante para que otros estén bien, celebrando en casa o en el club. Y los que celebramos nunca pensamos en ello.
Quizá tampoco lo hagan los que deben trabajar el 31 para simplemente cumplir con una orden, no perder el trabajo. Algunos meseros que deben atender fiestas de año nuevo ni siquiera quisieron contar la experiencia de cómo es ello.
Abelardo, por su parte, insiste en que es un hombre feliz en esta fecha pese a que muchas a veces no ha podido hablar con su familia.
En una ocasión, lo recuerda muy bien, su hermana logró comunicarse con él después de varios intentos para bendecirlo en el nuevo año. Apenas pudo decir feliz añ… Abelardo debió dejar el teléfono sin colgar para salir a controlar un incendio. Solo pudo regresar a la estación a las tres de la mañana, cuando ya su hermana dormía.
- A los bomberos, en año nuevo, se nos dificulta hablar con nuestras familias. No podemos ni hacer ni recibir llamadas porque las líneas se congestionan. Y después de las 12: 00 p.m. no tenemos tiempo de hablar por teléfono. Desde las 11: 30 hasta las 2:00 a.m. las líneas de emergencia se saturan.
Los incendios suceden bordeando la medianoche, cuando en la ciudad queman los años viejos y quien lo hace, generalmente, ya tiene varios tragos en la cabeza.
El 95% de los incendios se generan por descuido, dice Abelardo, y recuerda un 31 de diciembre en el que debió atender una conflagración causada por un hombre que le echó gasolina a un asador. Anhelaba cenar pronto.
Sin embargo, los bomberos no solo se encargan de apagar las llamas. También rescatan mascotas que se esconden donde sea aterrorizadas por la pólvora (incluso gallos) abren puertas de casas que alguien cerró mientras celebraba en la calle, socorren víctimas de accidentes de tránsito que, como las conflagraciones, se incrementan después de las 12 de la noche del 31. A esa hora la ciudad es una pista de carreras de gente alicorada que quiere darle un abrazo a sus amigos o a otros familiares.
Pero quizá la emergencia más curiosa que han debido atender son los anillos atorados en los dedos de alguien que tal vez subió de peso o que decidió ponerse la joya a como diera lugar así no fuera su talla. Los únicos en la ciudad que tienen un aparato para cortar anillos son los bomberos.
El teniente coronel Henry Torres Hernández y los agentes del Centro Automático de Despacho (CAD) de la Policía o línea de emergencia 123 son otros de los ‘sacrificados’ que trabajan el último día del año. Aunque no todos se sienten así.
En el CAD se trabaja en tres turnos de 8 horas, durante las 24 horas, los 365 días. Allí reciben un promedio de 20 mil llamadas diarias. El 80% de ellas son bromas. Niños que llaman a pedirle a un agente que le ayude a encontrar un juguete o mujeres (a veces hasta hombres) que buscan novio. También llaman enfermos mentales.
Las llamadas “serias” son, por lo general, para reportar robos, riñas o gente que murió porque algún ebrio supuso que hacer tiros al aire era una gran manera de celebrar el fin de año. El teniente coronel Torres atendió en una ocasión el caso de una persona que murió mientras dormía. El tiro - supuestamente perdido - entró por su ventana.
Los operadores del CAD, que están frente a un computador y un teléfono, tienen prohibido usar el celular en su puesto. En la noche del 31 salen durante cinco minutos para comunicarse con sus familias y regresar. El teléfono no descansa. Un gran reloj digital les indica la llegada del año nuevo. Los agentes también tienen prohibido escuchar las emisoras, el famoso Brindis del Bohemio del locutor J. Fernando Quintero quien ha trabajado en la medianoche del 31 durante 29 de los últimos 30 años.
- Para mi familia ya sería raro tenerme en casa y no en la cabina, dice.
Todo empezó por una tragedia familiar. Era noviembre de 1982 y los padres de J. Fernando se accidentaron en la vía Cali – Buenaventura. Su madre murió y su padre no volvió a caminar por mucho tiempo. Un mes después, cuando ya estaba laborando en Caracol Stéreo, vio que los locutores se estaban rifando quién sería el desdichado que debía trabajar el 31. J. Fernando no tenía ánimos de celebrar nada. Dijo que él haría el turno y nadie lo contradijo.
Se le ocurrió declamar, en vivo, un poema: el Brindis del Bohemio. Habla de un bohemio que se llama Arturo, el de noble corazón y gran cabeza que ha perdido a la madre.
J. Fernando no tuvo idea en ese momento lo que pasó después. Hubo oyentes que lo grabaron y le enviaron la cinta, felicitándolo por hacer de la despedida del año un momento casi espiritual. Le escribieron cartas. Era gente que le contaba que también había perdido a su madre. Y el gerente de Caracol le dijo: tienes que hacerlo otra vez. Y otra, y otra. Después el poema se siguió escuchando en las cadenas radiales que lo contrataron. Hasta hoy.
- No me siento nostálgico por trabajar en esta fecha. La radio, los oyentes, no permiten que te sientas solo. Y a veces mi familia me acompaña en la emisora. Para mí es casi una necesidad despedir el año. Antes lo hacía hasta por agüero: terminar y empezar el año trabajando. Aunque ya no tengo cábalas. Y siempre lo he hecho en vivo. No me gustan las despedidas grabadas. Alguna vez tembló y yo tuve el premio, la primicia. Recuerdo que dije: este año va a ser muy movido.
Todavía siente nervios antes de salir al aire. El poema, dice J. Fernando, es lo más difícil. Se puede tartamudear en cualquier momento menos en ese. Y hay un orden. A las 11:20 p.m. pone la canción ‘Pal año que viene’, a las 11: 30 p.m. la ‘Víspera de Año Nuevo’, después viene ‘El hijo ausente’.
A las 11:40 de la noche declama el Brindis del Bohemio. El poema dura 8 minutos. Después envía mensajes de aliento a los enfermos, a los secuestrados, a los presos. Y cuando faltan cinco para las 12 programa justo ese disco, que no dura cinco minutos, sino tres.
En los dos minutos restantes J. Fernando saluda a los colombianos en el exterior. Su despedida de año se escucha incluso en España. Y cuenta en vivo los últimos 15 segundos del año. 15, 14, 13, 12... Entra el himno nacional. Felizzzz Añoooo Colombiaaa.
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