La familia de su esposo, un honorable médico que sufrió el horror del secuestro en el 2003, ha sido una plaga para el Cesar.
Cuando Vicky Dávila se casó en el 2008 con el médico José Emiro Gnecco sabía que su suegro, Lucas, había sido el gobernador del Cesar en los periodos 1992-1995 y 1998-2000, años en los que las tropas de Salvatore Mancuso y Jorge 40 se asentaron en el departamento. Sabía que su apoyo a los paramilitares le costó la destitución en su último periodo cuando la Corte Suprema lo condenó a 42 meses de cárcel. Vicky, quien por esa fecha azuzaba el fervor uribista desde su ‘Cosa Política’ —que perdió por la llegada de Claudia Gurisatti como directora de noticias del canal RCN—, sabía que Lucas Gnecco se parrandeó 10.000 millones de pesos que iban destinados a la educación de los niños más pobres del Cesar, que tuvo negocios con el narcotraficante Jorge Hernández, alias Boliche, relación que le valdría al exgobernador otra condena de 24 años.
Teniendo el poder en los noventa alcahuetearon masacres y saquearon el Cesar. Mientras tanto, Kiko Gómez, familiar del esposo de la periodista, hacía lo mismo con La Guajira.
Con tantos pretendientes que tuvo Vicky, ¿por qué elegir a un honorabilísimo doctor con un apellido tan untado de sangre? Debe ser porque a Dávila le gusta el poder, el mismo que usa para no compartir ascensor con nadie en el edificio de RCN, el poder con el que grita a los reporteros, a los subalternos, el poder aterrador que la llevó a destruirle la vida a un tipo como Carlos Ferro, cuyo único pecado fue montar, en un carro oficial, a Anyelo Palacios Montero.
Y eso sí, cuidadito le recuerdan a Vicky su suegro. En el 2010 cuando, durante una entrevista, interrogaba con rudeza a Juan Carlos Martínez sobre su papel en la parapolítica, el ex senador le preguntó por Lucas Gnecco y ella, después de tartamudear unos segundos, se quedó en silencio. La emisión del noticiero se interrumpió abruptamente.
A Vicky se le devolvió como un bumeránel grotesco video de las intimidades de Ferroque ordenó publicar
Ahora, a Vicky se le devolvió como un bumerán el grotesco vídeo de las intimidades de Ferro que ordenó publicar. Ojalá que este rechazo nacional que despertó su homofobia, le haya hecho entender que el país cambió, que ya sus palabras no tienen el poder que tuvieron en la década pasada cuando celebraba, como si de un partido de fútbol se tratara, la inminente guerra que tendríamos con Venezuela.
Por actuaciones tan reprochables como la del vídeo, es que se hace imperativa una nueva ley de medios en Colombia, si en realidad queremos salir del pozo infesto en el que estamos.
Comentarios