Por: Pablo Colado
Un experimento revela que es posible sugestionar la mente para que crea que ha comido más y limitar de esa manera la ingesta de calorías.
En castellano existe una expresión, “engañar al hambre”, que se ajusta perfectamente a una curiosa investigación que ha promovido el centro Rural and Environment Science and Analytical Services del Instituto Rowett, perteneciente a la Universidad de Aberdeen, en Escocia. El experimento consistía en comprobar si existe una especie de “ efecto placebo” para el apetito; es decir, si este depende solo de la ingesta calórica o interviene también la sugestión de nuestra mente.
Los expertos reclutaron a 26 voluntarios y les dieron un contundente desayuno: una tortilla francesa de tres huevos. El truco fue que a la mitad de ellos se les informó que era de cuatro huevos y al resto que solo había sido elaborada con dos. El seguimiento posterior no dejaba lugar a dudas: aquellos que pensaban que habían comido menos estaban considerablemente más hambrientos después y comieron más pasta a la hora del almuerzo.
El director del estudio, Peter Brown, de la Universidad Hallam Sheffield (Inglaterra), ha resumido así sus conclusiones, presentadas recientemente en una conferencia anual de la Sociedad Británica de Psicología: “Trabajos anteriores ya habían demostrado la influencia de las expectativas de las personas en la sensación de hambre o saciedad, y, consecuentemente, en lo que comen después. Nuestra investigación se ha centrado en la ingesta de alimentos sólidos al principio del día y la ingesta calórica a lo largo de las cuatro horas siguientes, el periodo habitual que media entre el desayuno y el almuerzo. Quienes creían que habían comido menos consumieron una cantidad significativamente menor de calorías que el resto durante todo el día”.
Antes, otros psicólogos ya habían observado, efectivamente, este fenómeno con otro tipo de alimentos: líquidos (bebidas) y semisólidos (como sopas o cremas).
Los resortes del apetito
Como ha explicado el propio Brown, los expertos también analizaron muestras de sangre de los participantes las dos veces que se repitió el experimento para medir, principalmente, los niveles de grelina , la conocida como “hormona del hambre”, que ya ha conseguido ser manipulada para controlar el consumo de alimentos en otras investigaciones. Pero no encontraron pruebas de que la información suministrada alterara la cantidad de grelina que generaban los voluntarios, por lo que los efectos deben atribuirse exclusivamente a la sugestión psicológica.
“El objetivo ahora, por lo tanto, debe ser ahondar por qué las expectativas de lo que comemos, más que los efectos meramente fisiológicos de lo que comemos, influye de esa manera en la ingesta calórica y la sensación de apetito”, apunta el experto.
En la actualidad, los mecanismos del hambre son objeto de estudio habitual para la neurociencia, con la finalidad última de combatir la obesidad y la aparición de dolencias asociadas al sobrepeso como la diabetes de tipo 2. Además de la ya citada grelina, también intervienen la insulina y la leptina, hormona segregada por las células grasas de nuestro organismo que produce la sensación de saciedad. Por ejemplo, se sabe que las ganas de comer que se apoderan súbitamente de nosotros por la noche y nos llevan a asaltar la nevera se deben a que la falta de sueño altera la proporción entre los niveles de grelina y leptina como respuesta defensiva del organismo, que busca de esa manera aumentar los depósitos de energía. Está por ver si podemos controlar esos impulsos con “engaños” como los que acaban de desvelar los investigadores británicos.
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