Por. Dr. Rodrigo Isaza Bermúdez. Neurólogo clínico. U de Antioquia.
Los seres humanos llevamos miles de años, mirándonos, percibiendo las señales interiores propias y exteriores ajenas, nos hemos demorado otros miles de años para evolucionar detectando las imperceptibles muestras de acercamiento a la vida o alejamiento ante el peligro. Entramos a un ambiente y sabemos si hay aceptación, aplanamiento u hostilidad sin hablar siquiera con nadie.
Nuestro cerebro detecta imperceptibles sonidos, tonalidades, cambios sutiles de la voz que nos han permitido sobrevivir como especie y que le facilitan la comunicación con los otros. Cuando hemos tenido cercanía, no se necesita siquiera hablar, la línea de los labios, la postura corporal y la mirada nos dan más información que un tratado de psicología.
Ahora todos somos pantallas planas, ni siquiera avatares, no podemos explorar más allá de lo que nos muestran, no vemos las manos, los pies, ni siquiera realizamos el zoom necesario para determinar detalles, no hay olor, ni perfume. La plataforma virtual se vuelve un álbum de figuritas, algunas móviles y otras imperceptibles, que por la cualidad limitada de la visión cercana no permite ver en segundo plano o lo que llamamos en fotografía la profundidad de campo.
Interesante hacer un trámite bancario, el pago de una factura, e inclusive pedir a domicilio elementos del mercado, pero el olor de una vianda, percibir su textura, y las cualidades que enamoran en forma instantánea nuestro paladar y los sentidos, que están ávidos de emociones y de valores que nos llenen. Esperar un batido, ver verter el helado, sentir el chirrido del frito de la tocineta en una hamburguesa son elementos necesarios para mantener la atención y la digestión lista.
Los colores no son los mismos, y las realidades tampoco. Correr en una bicicleta estática, reemplazar el viento por un ventilador y el paisaje por una película, el trote en una caminadora simulando el ambiente negándonos los millones de estímulos perceptibles es como hacerle el amor a la naturaleza en medio de matas y flores sintéticas. con mariposas de fantasía y aves de porcelana.
Hay que volver a la vida, a la comunicación grupal, donde podamos analizar miradas, guiños, sonrisas,
ruidos de alerta y de aceptación, volteadas de la cabeza y la mirada señalando lo importante, sentir el calor del escenario y la presencia de los asistentes, la risa burlona y el chiste a tiempo en una clase. El chiflido o el aplauso ensoñador como muestra de aceptación y afecto.
No podemos cambiar un abrazo por un meme, ni una palmada en la espalda por un “like”, ni darle un beso a la pantalla sin sentir el temblor, el sabor y el aliento que estremezca el alma al contacto con unos labios incitantes y una cara sudorosa. No nos podemos apoyar sobre el computador a llorar habiendo un hombro que nos espera, ni cambiar el índice sobre el labio, para callar una boca por un mouse digital frío e inhumano.
Necesitamos cargar, abrazar, palmotear, aplaudir, reír con los ojos y la boca y sentir de nuevo que estamos vivos y que no somos avatares de nada ni de nadie
Comentarios